vendredi 6 septembre 2019

de POEMAS IMPOSIBLES: El aire vital del vecindario

1. El aire vital del vecindario

De lado a lado, en las orillas que la vida deja,
en los recodos lúgubres de la imaginación humana,
la especie terrena con su estatura erra,
con sus pasos avanza y se pierde en la espesura,
en las trochas selváticas o en las ondeadas campiñas.

Siempre tropieza cuando inhala el aire de otras tierras,
cuando distante y lejana es su mirada,
de allende del después de mares y montañas,
o cuando el latido intermitente de sus arterias salta
y se construye un oscuro albergue, un refugio en el vacío,
una furia vertical en las alturas hipotéticas de la desesperanza.

Desde cuando el hombre y la mujer asomaron la cerviz en esta vida,
de refugio en refugio, mientras se entierran y refunfuñan,
se golpean a ciegas contra el aire vital del vecindario,
contra la fuerte masa de las piedras y el insomnio de la angustia.

A la orilla del atardecer, en tanto que la luz se disipa
y los linderos de la oscuridad comienzan,
las innominadas vidas humanas se reflejan entre espejos imprecisos
y largos abismos de impostura ideológica,
sobre tempestades quiméricas de la memoria y la sinrazón,
y por las espaciosas profundidades que el ser expresa con su connubio existencial.

Allí, cerca de los umbrales fantasiosos de la negación,
en el trasfondo de la luz por donde empiezan las tinieblas y la oscuridad reina,
allí, por donde despuntan las innumerables ondas
con la percepción puntual y rigurosa en la conciencia cósmica,
por donde afloran insondables vertientes húmedas de energía monocroma.

De la manera como lo recuerdan las vibraciones del espíritu,
los murmullos en los estambres de la vida
o los estampidos de senderos y atmósferas, en estas áridas tierras,
de mañana o antes, solo ahora, cuando los seres pasan
y deambulan de peñasco en peñasco, de abismo en precipicio,
se abren las puertas que el silencio aprisiona y el olvido desencaja
en el lugar aquel donde refugios imperceptibles a las pupilas esperan
o donde los mares se agrandan y los horizontes se enroscan
en medio de la lejanía del más allá y la perpetuidad de la connatural conciencia.

Aquí los hombres y mujeres se amontonan, se empujan por la espalda
mientras todos hablan y murmuran su tribulación, sus nieblas opacas,
mientras todos callan con una sola palabra, con un solo estertor,
y cuando definitivamente el mustio vivir se encadena
al poder de dividendos arbitrarios y a las patrañas financieras.

Después de todo, ahora mismo y más acá, también de allende de esta espera
o hasta donde la borrascosa mirada humana alcanza,
la noche escueta cae con el golpe duro del clamor o del estrépito,
con las cadenas recordando épocas inciertas
por donde se cerraron las rejas todas, las celosías de la equidad,
cuando las esperanzas se recubrieron con el rojo de las venas,
con el golpe ciego del poder,
y cuando sus cuchillos destrozaron los velos al revelarse el ser.

A lo largo de los abismos, ni los recodos de las estrellas se recuerdan

porque la luz y las sombras son dos cosas, máscaras de la imposibilidad.

de POEMAS IMPOSIBLES: El blanco terror de la inexistencia

22. El blanco terror de la inexistencia

Atrapé un libro, lo abrí, no había nada escrito,
eran blancas hojas, letras que se fueron y se desvanecieron
con el silencio profundo de la abnegación.

Alguien hurtó los caracteres, lo vi, se los llevó, se los robaron,
los disolvieron entre la nada y ahora son el eco de la negación.

Pasé las páginas y eran blancas todas, níveas eran, nieves solas,
albas como la indiferencia propia y ajena, vacías como la esperanza.
Y de esa caja de Pandora entonces recordé
que solo había amenazas, rojas marcas neurasténicas, vana ilusión.

En aquel momento cerré el libro, miré la pasta y ella también era blanca,
indagué en mis manos, pero ya no existían como antes, eran fantasmales y rucias.

Inquieto contemplé mi rostro en el espejo, no tenía ya reflejos,
mi rostro había atravesado el umbral de la inexistencia,
y ella también era alba, negación continua y cromática.

Abrí la ventana, divisé el horizonte y cuanto vi era un río espeso y lácteo,
torrentes blancos, inexistencias, negaciones decoloradas.

Todo era vacío y sin color, quizás angustia quejumbrosa
porque mundo no quedaba, y la tierra, lo que contenía,  
era monocroma, mera negación cromática.

Tampoco había seres y cuantas pieles eran
terminaron por desteñirse en una sola tonalidad,
la sola posible del poder y de las armas, aquella, la blanca.

Cerré la ventana, busqué mi lecho y solo vi un níveo espacio,
caliginoso como conciencias contemporáneas,
como noticias aciagas y cotidianas,
como las de antaño o las de ayer al mediodía,
aquellas hundidas en el opaco residuo de la desesperanza.

Blancas eran las ilusiones todas, ya no había sangre roja ni etnias,
ni poblaciones dispersas ni selvas,
únicamente el blanco de una estirpe que destruyó el planeta.

Nunca desperté porque no quedaba ni un solo libro,
porque no había hombres ni mujeres, nada había,

solamente el blanco terror de tanta inexistencia.