1. El aire vital del vecindario
De lado a lado,
en las orillas que la vida deja,
en los recodos
lúgubres de la imaginación humana,
la especie terrena
con su estatura erra,
con sus pasos
avanza y se pierde en la espesura,
en las trochas
selváticas o en las ondeadas campiñas.
Siempre
tropieza cuando inhala el aire de otras tierras,
cuando distante
y lejana es su mirada,
de allende del
después de mares y montañas,
o cuando el
latido intermitente de sus arterias salta
y se construye
un oscuro albergue, un refugio en el vacío,
una furia
vertical en las alturas hipotéticas de la desesperanza.
Desde cuando el
hombre y la mujer asomaron la cerviz en esta vida,
de refugio en
refugio, mientras se entierran y refunfuñan,
se golpean a
ciegas contra el aire vital del vecindario,
contra la
fuerte masa de las piedras y el insomnio de la angustia.
A la orilla del
atardecer, en tanto que la luz se disipa
y los linderos
de la oscuridad comienzan,
las innominadas
vidas humanas se reflejan entre espejos imprecisos
y largos
abismos de impostura ideológica,
sobre tempestades
quiméricas de la memoria y la sinrazón,
y por las espaciosas
profundidades que el ser expresa con su connubio existencial.
Allí, cerca de
los umbrales fantasiosos de la negación,
en el trasfondo
de la luz por donde empiezan las tinieblas y la oscuridad reina,
allí, por donde
despuntan las innumerables ondas
con la
percepción puntual y rigurosa en la conciencia cósmica,
por donde
afloran insondables vertientes húmedas de energía monocroma.
De la manera
como lo recuerdan las vibraciones del espíritu,
los murmullos
en los estambres de la vida
o los
estampidos de senderos y atmósferas, en estas áridas tierras,
de mañana o
antes, solo ahora, cuando los seres pasan
y deambulan de
peñasco en peñasco, de abismo en precipicio,
se abren las
puertas que el silencio aprisiona y el olvido desencaja
en el lugar
aquel donde refugios imperceptibles a las pupilas esperan
o donde los
mares se agrandan y los horizontes se enroscan
en medio de la
lejanía del más allá y la perpetuidad de la connatural conciencia.
Aquí los
hombres y mujeres se amontonan, se empujan por la espalda
mientras todos
hablan y murmuran su tribulación, sus nieblas opacas,
mientras todos
callan con una sola palabra, con un solo estertor,
y cuando
definitivamente el mustio vivir se encadena
al poder de
dividendos arbitrarios y a las patrañas financieras.
Después de
todo, ahora mismo y más acá, también de allende de esta espera
o hasta donde
la borrascosa mirada humana alcanza,
la noche
escueta cae con el golpe duro del clamor o del estrépito,
con las cadenas
recordando épocas inciertas
por donde se
cerraron las rejas todas, las celosías de la equidad,
cuando las
esperanzas se recubrieron con el rojo de las venas,
con el golpe ciego
del poder,
y cuando sus
cuchillos destrozaron los velos al revelarse el ser.
A lo largo de
los abismos, ni los recodos de las estrellas se recuerdan
porque la luz y
las sombras son dos cosas, máscaras de la imposibilidad.
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